La Cuaresma tiene un
sentido bautismal, es decir, los textos que leemos en ella recuerdan el camino
que todo catecúmeno (y toda persona que cree en el Señor) debe realizar antes
de recibir el Bautismo la noche pascual. Es en esa noche cuando culmina este
tiempo, precisamente el día en que renovamos nuestro Bautismo.
La
Cuaresma viene acompañada de tres medios que están al alcance de todos
nosotros: la oración, el ayuno y la limosna, o si se quiere: la oración, la
austeridad y la misericordia. La oración nos pone en comunicación con el Señor,
el ayuno nos ayuda a liberarnos de nuestras ataduras y la limosna nos orienta
hacia los hermanos.
Orar es dejarse mirar por Dios y
examinar nuestra vida a la luz de su Palabra. Es confrontar lo que somos y
hacemos con el proyecto y la llamada que hemos recibido del Padre. Quien ora de
verdad mira a Dios con el corazón agradecido por sus dones y proclama su
misericordia volviéndose él mismo compasivo con
los demás.
La práctica
de la austeridad, el llevar una vida sobria, nos hace descubrir
que la felicidad no está en tener cada vez más cosas sino en saber contentarse
con lo necesario. Ayunar es un ejercicio de solidaridad con quienes carecen de
lo necesario y nos ayuda a “descentrarnos” de nosotros mismos para hacer
nuestro el proyecto de Dios: que el mundo sea una mesa común.
Y por
eso el ayuno va unido a la limosna,
como una puesta en práctica de la misericordia. La limosna solo puede ser
entendida y vivida de forma auténtica como una obra de justicia: comparto con
los demás lo que Dios ha destinado para todos y, que por nuestra injusta
organización de la economía y de la convivencia está muy desigualmente
repartido. La limosna evangélica, además, no es pura acción social sino debe
ser fruto del amor preferencial a los más pobres y el compartir los bienes es
una exigencia de la comunión eucarística (1 Cor.11,20ss)
Ha
dicho el Papa en su mensaje para esta
Cuaresma: “Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los
hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a
fin de aliviarlas… la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin
esperanza…. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y
ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se
orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones
de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos,
son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten
en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las
riquezas. Por tanto es necesario que las conciencias se conviertan a la
justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir”.
Y
también: “Que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y
solítica a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral
y espiritual el mensaje evangélico que se resume en el anuncio del amor del
Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos
hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos
enriqueció con su pobreza. La cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y
nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y
enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la pobreza duele: no
sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna
que no cuesta y no duele”.
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