(NOTA: La persona que ha hecho este
escrito no quiere darse a conocer; sin embargo puedo garantizar que este
escrito es auténtico y está hecho por una persona que está viviendo una difícil
adversidad, unida a una enfermedad prolongada. Estas palabras surgen de su
propia reflexión y de su fe madura. Lo comparte por si a alguien le puede
servir de ayuda, como a ella le sirve.)
Hace
unos días, hablando con una señora que estaba pasando por malos momentos en su
vida, me comentaba que su marido padecía una enfermedad incurable; su yerno
estaba en el paro porque habían cerrado la empresa; su hija no encontraba
trabajo y, por tanto, tenía que ayudar económicamente; un nieto de 16 años les
daba problemas; en fin, muchas dificultades. Se preguntaba: ¿Qué habré hecho yo
para que Dios me mande esto? ¿Por qué este castigo? ¿Cómo puede haber gente
mala a la que todo le sale bien en la vida y a mí, que no he hecho mal a nadie,
todo me vaya así?
Después
de oírla pensé: ¿En qué Dios creemos?, ¿en el que nos manda la enfermedad, el
sufrimiento…? ¿Estamos todavía en el Dios del Antiguo Testamento? ¿No hemos
llegado a la idea del Dios-Amor que nos entrega a su Hijo Jesús para salvarnos?
Dios,
como padre bueno, no puede mandarnos nada que nos haga daño. Al contrario: lo
que recibimos de Él en los malos momentos que nos depara la vida, es la fuerza
que necesitamos para poder superarlos.
La
experiencia nos dice que cuando pasas por etapas duras es cuando más sientes la
presencia de Dios. Nos ponemos en sus manos y Él nos va dando todo lo que
necesitamos. Nos ilumina el camino que debemos seguir.
“Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados que yo os aliviaré” (Mt 11,28 )
“Si el afligido invoca al Señor, Él lo
escucha y lo salva de sus angustias” (Sal
33)
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada
temo, porque Tú vas conmigo (Sal 22)
Si
hubiéramos sabido todo lo que nos iba a pasar, seguro que habríamos pensado que
no lo podríamos resistir. Cuando llega el momento, nos parece mentira que lo
vayamos superando. “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt
11,30 )
Hay
que poner todo lo que está en nuestras manos para salir de esa situación
adversa.
Nos preguntamos: ¿QUÉ PODEMOS
HACER?
a) Luchar con todas nuestras fuerzas. No tirar la toalla. Cuidar que
nuestro estado de ánimo no se venga abajo. Si estamos relajados y tranquilos,
lo transmitimos a nuestro alrededor creando buen ambiente. Distraernos haciendo
algo que nos guste. Sabemos que la mente influye en el funcionamiento de todo
el organismo y, por tanto, nos puede llevar a empeorar o a contraer
enfermedades. Hay que pedir ayuda a especialistas si la necesitamos. Únicamente,
desde el optimismo se puede afrontar la vida.
b) Ver lo positivo que reporta esta situación. Comprobar
que hay mucha gente que nos quiere, que se preocupa por nosotros: familia,
amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc.
c) Ayudar a otras personas que están pasando dificultades.
Darles ánimo y estar disponibles a
compartir con ellas las experiencias positivas.
d) Descubrir lo que es verdaderamente importante y
disfrutar de lo cotidiano.
e) Dar todos los días gracias a Dios por el regalo de la vida. Poner la
confianza en el Señor porque sabemos que no nos abandona. Siempre está a
nuestro lado.
Termino
haciendo referencia a dos apartados del Decálogo
de la Serenidad de Juan XXIII:
“Sólo
por hoy, trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el
problema de mi vida todo de una vez”.
“Sólo
por hoy, me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias
se adapten todas a mis deseos”.
P.C.M