lunes, 31 de marzo de 2014

ACTITUD ANTE LA ADVERSIDAD

 (NOTA: La persona que ha hecho este escrito no quiere darse a conocer; sin embargo puedo garantizar que este escrito es auténtico y está hecho por una persona que está viviendo una difícil adversidad, unida a una enfermedad prolongada. Estas palabras surgen de su propia reflexión y de su fe madura. Lo comparte por si a alguien le puede servir de ayuda, como a ella le sirve.)


Hace unos días, hablando con una señora que estaba pasando por malos momentos en su vida, me comentaba que su marido padecía una enfermedad incurable; su yerno estaba en el paro porque habían cerrado la empresa; su hija no encontraba trabajo y, por tanto, tenía que ayudar económicamente; un nieto de 16 años les daba problemas; en fin, muchas dificultades. Se preguntaba: ¿Qué habré hecho yo para que Dios me mande esto? ¿Por qué este castigo? ¿Cómo puede haber gente mala a la que todo le sale bien en la vida y a mí, que no he hecho mal a nadie, todo me vaya así?

Después de oírla pensé: ¿En qué Dios creemos?, ¿en el que nos manda la enfermedad, el sufrimiento…? ¿Estamos todavía en el Dios del Antiguo Testamento? ¿No hemos llegado a la idea del Dios-Amor que nos entrega a su Hijo Jesús para salvarnos?

Dios, como padre bueno, no puede mandarnos nada que nos haga daño. Al contrario: lo que recibimos de Él en los malos momentos que nos depara la vida, es la fuerza que necesitamos para poder superarlos.

La experiencia nos dice que cuando pasas por etapas duras es cuando más sientes la presencia de Dios. Nos ponemos en sus manos y Él nos va dando todo lo que necesitamos. Nos ilumina el camino que debemos seguir.

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” (Mt 11,28 )
“Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias” (Sal 33)
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo (Sal 22)

Si hubiéramos sabido todo lo que nos iba a pasar, seguro que habríamos pensado que no lo podríamos resistir. Cuando llega el momento, nos parece mentira que lo vayamos superando. “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30 )

Hay que poner todo lo que está en nuestras manos para salir de esa situación adversa.

Nos preguntamos: ¿QUÉ PODEMOS HACER?

a)   Luchar con todas nuestras fuerzas. No tirar la toalla. Cuidar que nuestro estado de ánimo no se venga abajo. Si estamos relajados y tranquilos, lo transmitimos a nuestro alrededor creando buen ambiente. Distraernos haciendo algo que nos guste. Sabemos que la mente influye en el funcionamiento de todo el organismo y, por tanto, nos puede llevar a empeorar o a contraer enfermedades. Hay que pedir ayuda a especialistas si la necesitamos. Únicamente, desde el optimismo se puede afrontar la vida.
b)   Ver lo positivo que reporta esta situación. Comprobar que hay mucha gente que nos quiere, que se preocupa por nosotros: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc.
c)   Ayudar a otras personas que están pasando dificultades.  Darles ánimo y estar disponibles a compartir con ellas las experiencias positivas.
d)   Descubrir lo que es verdaderamente importante y disfrutar de lo cotidiano.
e)   Dar todos los días gracias a Dios por el regalo de la vida. Poner la confianza en el Señor porque sabemos que no nos abandona. Siempre está a nuestro lado.

Termino haciendo referencia a dos apartados del Decálogo de la Serenidad de Juan XXIII:

       “Sólo por hoy, trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez”.
       “Sólo por hoy, me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos”.

                                                                                 P.C.M